Corría el año 1597 cuando, uno de  los acontecimientos religiosos que más relevancia ha tenido en toda la Historia  Complutense, despierta el fervor de locales y foráneos, venidos desde todas  partes para admirar el milagro. En una de las humildes y austeras estancias, una  lóbrega y obscura celda del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, de Alcalá  de Henares (actual Facultad de Derecho), tiene lugar el acto de entrega que  origina todo el trasunto milagroso; el referido humilde aposento no es otro que  la celda del padre Juárez, un jesuita de trato agradable, dulce y amable que  tenía la costumbre de recibir a sus penitentes en su celda, a fin de oírles en  confesión; este objetivo, el de ser escuchado en confesión, es el que pretendía  un peculiar personaje que, tras suplicar al padre varias veces que le prestara  su auxilio divino, accedió a ello, como no hubiera sido de esperar de otra  manera en el cordial y amable padre jesuita. Entró en la habitación aquel  hombre, desconocido y misterioso y, bajo secreto de confesión, le narró al P.  Juárez las vicisitudes a través de las cuales había llegado a su poder “un  sagrado depósito, consistente en un buen número de Formas Eucarísticas,  adquisición sacrílega de la sórdida rapacidad de los moriscos. Una extraña  mezcla de encontrados sentimientos se apoderó de súbito del ánimo, profundamente piadoso, del  venerable padre. Requirió del desconocido la entrega del inestimable tesoro, y  un papel, en que iban envueltas las Formas Eucarísticas, vino bien pronto a  manos del esclarecido religioso”. Esta sagrada entrega, tuvo lugar un día  del mes de mayo del año 1597.
      
        
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          Lamentable estado inicial   | 
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      Como se menciona en el párrafo precedente, el  misterioso penitente que llevó a las manos del padre Juárez las Sagradas Formas,  anduvo en compañía de musulmanes y, de tal procedencia, declaró que venían. Considerando que tales Formas procedían de un robo sacrílego, de  algún sagrario con el hipotético fin de profanar una de las esencias de la  eucaristía cristiana —las Sagradas Formas en las que se materializa el cuerpo  de Cristo— y pensando así que se habían sumergido en veneno para provocar el  súbito perecimiento de quienes las consumieren, se estima su conveniente  destrucción, dejándolas pudrirse de manera natural, para proceder a su  posterior quema e inmersión en agua. Sin embargo, esa descomposición no tuvo  lugar, lo que desembocó en la aprobación del milagro tras una ardua  investigación y numerosos estudios, llevados a cabo por una pléyade de hombres  formados en las más diversas facetas científicas de la época, procedentes en su  mayoría de nuestra Universidad, la Universidad Complutense, levantando incluso  un acta oficial por cada acto de investigación y estudio, entre los años de  1609 a 1682. La devoción de las gentes que creyeron en el milagro perduró a  lo largo de los siglos, hasta su misteriosa desaparición en julio de 1936.
      Y es en este siglo  cuando la entonces Villa de Alcalá adquiere por otorgamiento de una Real  Pragmática, firmada en el Palacio Real de Aranjuez por el Rey Carlos II, el 5 de  mayo de 1687, el título de “Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Alcalá de  Henares”. Pocos días después, en ese mismo mes de mayo de 1687, es  inaugurada la Cúpula de las Sagradas Formas, en el templo del Colegio de la  Compañía, concebida como una capilla especialmente construida para acoger al  gran número de personas que, con gran devoción, acudían masivamente en  peregrinación, para contemplar el perenne milagro. La inauguración fue un gran  acontecimiento en aquel momento para la ciudad, hasta tal punto, que las  ceremonias se alargaron tres días, entre el 18 y el 20 de mayo de 1687. Desde  aquellas fechas y hasta nuestros días, el paso del tiempo ha hecho mella en  esta cúpula, cuyo significado histórico acabamos de exponer. 
      El espacio de la  cúpula cubre la capilla, que se encuentra a la izquierda del presbiterio; en el  interior, los muros  y el intradós de la  cúpula se hallan repletos de pinturas al fresco, de gran belleza plástica que  han visto bastante mermada, y no solo su calidad artística, sino también su  integridad y conservación, amén de las grietas y aberturas que las cubiertas de  pizarra tenían antes de su acertadísima restauración. Las filtraciones de agua  de las cubiertas habían generado amplias manchas de humedad, hasta el punto de  hacer desaparecer algunas áreas de las pinturas murales. A día de hoy, las  tareas de restauración de las pinturas continúan con la lentitud y la precisión  que las técnicas de restauración pictórica requieren, llevándolas a cabo sus  restauradores con una gran profesionalidad y sumo acierto. Pese a que el  resultado aun no puede verse, es una excelente noticia que permitirá a las  futuras generaciones de complutenses y a quienes visiten la ciudad, disfrutar  de semejante espacio arquitectónico con tan excepcional marco de pinturas  murales. Estas muestran un  cielo lleno de ángeles, dedicados a custodiar y glorificar el misterio de las  Santas Formas 
      
        
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          Flamante aspecto posterior a la restauración. 
            Ha recuperado su brillo y color original   | 
        
      
      Lo que si puede  contemplarse es el resultado exterior de la recuperación de la cúpula y los  paramentos laterales del muro occidental del templo jesuítico, que se puede  calificar de excelente. Las numerosas grietas y orificios con los que contaban  las cubiertas de pizarra, han desaparecido a raíz de la óptima recuperación de  las cubiertas, eliminando de un plumazo los graves problemas de humedad que  afectaban a la estructura y los interiores. El deterioro y la pátina del tiempo  habían demacrado, de la misma manera, los elementos de la cúpula, como el tambor y  la linterna, que aparecían ya con un color grisáceo, adivinándose los colores  originales con los que contaba el día de su inauguración en 1687; esos colores  originales se han vuelto a recuperar: el llamativo tono rojizo que aparece en  cornisas, pilastras, volutas y frontones, lejos de ser inadecuado, recupera los  colores originales de estos elementos de la cúpula. Colores que en el siglo  XVII eran de uso habitual, pese a que esa tonalidad tan viva pueda, hoy, llamar  mucho la atención. El detritus que había afectado al muro lateral, había hecho  desaparecer el ladrillo en algunos puntos, generando también un gran deterioro  del mortero en la mayor parte de la fachada lateral. La íntegra recuperación  del mortero y la reintegración de los ladrillos desaparecidos, han alargado la  vida del edificio de manera inminente. Además, la distinción de materiales se ha  realizado con la sensatez que en otros muchos casos, lamentablemente, brilla  por su ausencia, reemplazando los ladrillos desaparecidos por otros nuevos, de  las mismas dimensiones y textura, pero percibiendo que son nuevos, lo que conlleva  la restauración integral del paramento y la perfecta armonía de los materiales  empleados, que se integran en el conjunto y que, al contemplarlo “de cerca”,  puede distinguirse perfectamente las partes originales de las reintegradas. 
      Conforme a lo expuesto, el Grupo en Defensa  del Patrimonio Complutense no puede más que manifestar su enorme satisfacción  por la realización de esta obra, que consideramos como excepcional y ejecutada  de manera sobresaliente y muy acertada. Esto conlleva su inminente exclusión de  la Lista Roja del Patrimonio Complutense. Sean quienes fueren, queremos  felicitar a los responsables de la restauración y rehabilitación del conjunto,  agradeciéndoles en nombre de toda la Ciudad de Alcalá, lo que podemos  considerar sin lugar a dudas, un ejemplo a seguir en la recuperación de nuestro  Patrimonio Histórico.
      
  
        GDPC
       
      
      
      
        
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          Soberbia, delicada y respetuosa restauración de la decoración pictórica del interior de cúpula y tambor  
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